"Rebecca" fue la primera película que Alfred Hitchcock rodó en Hollywood y también la primera obra del director británico que vi cuando era niña. Posteriormente, la volvería a ver en muchas otras ocasiones, multitud de veces, puesto que era y es una de las películas favoritas de mi padre, un cinéfilo empedernido que adora este film hasta tal punto que estuvo empeñado en llamarme Rebeca, cosa que al final no sucedió porque a mi madre le daba "mala espina". Hace poco tiempo volví a verla, después de casi una década, al leerme el libro en el que se basa la película, de homónimo título y escrito por Daphne Du Maurier en 1938, lo que hizo que volviera a engancharme a esta enigmática historia, puesto que su lectura me gustó más (si cabe) que la propia película.
El éxito de la novela en su día, fue mayúsculo, como lo fue su adaptación al cine en 1940 de la mano de Hitchcock, en la que fue, como dije anteriormente, además de su primera incorporación en el cine estadounidense, la primera de sus colaboraciones con el productor David O. Selznick. Hitchcock era seguidor de la novelas y relatos de Daphne de Maurier puesto que ya había llevado a la pantalla su relato "La posada de Jamaica" y posteriormente también lo haría con "Los pájaros". En el caso de "Rebecca", según dijo el propio Hitchcock, estamos ante una historia fascinante, donde tienen cabida diversos géneros, el misterio, el miedo psicológico, el drama y el romance. Algo así como un lúgubre cuento de hadas al más puro estilo victoriano.
El argumento es el siguiente: Después del fallecimiento de su esposa Rebecca, ahogada en el mar, el maduro aristócrata Maxim de Winter (Laurence Olivier) se recoge en Monte Carlo intentando reponerse de tal trágica pérdida. Allí conoce a una tímida y apocada joven (Joan Fontaine) la cual trabaja como dama de compañía de una oronda y metomentodo burguesa americana, la Sra. Van Hopper, surgiendo en seguida una profunda amistad entre ellos hasta llegar a casarse casi inmediatamente y trasladarse juntos a Manderley, la famosa mansión de la que de Winter es propietario situada en Cornwall, y a donde no había regresado desde la muerte de Rebecca. Ya desde el momento de su llegada a Manderley, la recién esposa, se dará cuenta de la grandísima influencia que sigue teniendo en la casa la fallecida primera señora de Winter: su nombre, la majestuosa R de su inicial apareciendo casi en cualquier parte, su aroma que continúa impregnado en cada rincón de la casa y por supuesto, el recuerdo imborrable que parece tener en los miembros de la mansión, sobre todo en la distante y fanática Señora Danvers (Judith Anderson), abnegada ama de llaves de la casa y en la memoria del propio Sr. de Winter. La joven sentirá desesperadamente que tiene que luchar contra el peor de los enemigos: Rebecca, un fantasma idealizado, un recuerdo que ha poseído toda Manderley y que parece estar más vivo que nunca...
Lo más impresionante de esta historia, tanto en la novela como en la película, es lo majestuosamente reflejada que está la influencia de un personaje que no aparece físicamente en ningún momento, si no que sólo se manifiesta en un nombre y en la forma de actuar del resto de los personajes. Así, nos podemos imaginar claramente a la idealizada Rebecca, como una mujer bellísima, una gran dama de la aristocracia, elegante, segura de sí misma, influyente y sofisticada.Y dicha idealización queda aun más patente al observar a su sucesora, una chica que representa casi todo lo contrario que ella: tímida, torpe, una belleza vulgar, introvertida e influenciable, sin que ni si quiera su nombre sea dicho en ningún momento de la historia para enfatizar aún más la subyugante presencia de Rebecca. Vemos así como la segunda Sr. de Winter intenta escapar e imponerse ante tal idolatrado fantasma, temiendo a todos y dudando de las verdaderas intenciones de su marido al haberla convertido en su esposa, pensando si lo hizo por amor o porque se veía incapaz de volver a Manderley sin una compañía que mitigara de alguna manera sus recuerdos hacia Rebecca.
Una jovencísima Joan Fontaine con tan solo 22 años, representaba el personaje de segunda señora de Winter, y según se dice, fue maltratada tanto por Laurence Olivier que intrepretaba a su marido en la película, porque había querido que fuera su entonces amante Vivien Leight quién interpretara a su esposa y debido a eso guardaba un enorme rencor hacia Fontaine, como por el propio Hitchcock, siempre famoso por torturar psicológicamente a sus actrices, en este caso, metiendo cizaña entre Fontaine y Olivier, para conseguir que la primera se mostrara huidiza y tímida, como requería precisamente su papel como segunda señora de Winter.
El personaje del ama de llaves, la Señora Danvers, es sin duda, uno de los más recordados de Rebecca. Considerada una de las mejores malas de la historia del cine, fue encarnada magistralmente por Judith Anderson. Malvada, vengativa y fría como un témpano, la Señora Danvers, celaba el recuerdo de Rebecca de manera casi enfermiza, como una loca enamorada, intentando poner en contra de ese mismo recuerdo, de Manderley y del Sr. de Winter a la desdichada segunda esposa de éste de las maneras más retorcidas y despiadadas.
Pero un oscuro secreto se esconde tras la misteriosa y trágica muerte de Rebecca, un secreto que puede hacer tambalear su pedestal, empañar su nombre y que acompañará al Sr. de Winter y a Manderley hasta el final.. Precisamente es este final, la causa de la muerte de Rebecca lo que considero que eleva más la novela por encima de la película, puesto que es mucho más crudo y sincero que en la versión cinematográfica, más suavizado, quizás, por los requerimientos morales de la época.
A destacar de la película su tétrica y gótica atmósfera, la secuencia en que Fontaine aparece disfrazada con el vestido de uno de los cuadros de la mansión, el mismo que Rebecca vistiera, a instancias de la Sra. Danvers, ante la atónita mirada del Sr. de Winter; la imagen de Manderley consumida en llamas y por su puesto, la asfixiante presencia de la inolvidable Rebecca...
"Anoche soñé que volvía a Manderley de nuevo..."