Magnate, productor y director en la época dorada de Hollywood, aviador, coleccionista de actrices, mujeriego, alcohólico y obsesivo compulsivo. La historia del que fuera uno de los todopoderosos de la meca del cine, es tan bizarra y misteriosa que fue llevada a la gran pantalla hace unos años por Martin Scorsese en la película “El Aviador” con Leonardo Di Caprio encarnando al célebre productor de cine.
Murió en 1976; su cuerpo fue hallado en las peores circunstancias posibles: solo, desnutrido (pesaba no más de 42 kilos), con el cuerpo lleno de heridas y cicatrices..Había pasado los últimos años de su vida enclaustrado en hoteles, por propia voluntad. Dicen que dilapidó toda su fortuna a base de excesos, que sus delirios obsesivo compulsivos le llevaban a hacer todo tipo de excentricidades: Por temporadas se encerraba en la sala de cine de su mansión para ver maratones de películas que podían durar semanas e incluso meses, alimentándose únicamente de galletas y leche. Tenía absoluta obsesión por la limpieza y por eso mandaba desinfectar cualquier objeto que estuviera a su alrededor.
A pesar de su timidez enfermiza y de sus trastornos, tenía un exagerado imán para las mujeres. Se casó varias veces y conquistó a la mayoría de actrices de primera, de segunda y de tercera fila de los años 30 y 40. Actrices como Joan Fonatine, Jean Harlow, Ava Gadner o Katherine Hepburn mantuvieron sonados romances con el productor. Pese a todo, Hughes era bastante reservado y odiaba que sus líos de faldas salieran a la luz pública. Su acentuada promiscuidad hizo que contrajera la sífilis antes de los 30 años. Estaba obsesionado con la salud de sus amantes y mandaba que un médico las chequeara antes de tener relaciones sexuales con ellas, al parecer llegó a tener hasta 80 amantes a la vez!! A las que además de sus favores carnales, les pasaba una cuantiosa cantidad de dinero mensualmente. Aún así, al parecer en algunas biografias dicen que Hughes era bisexual y que el gran amor de su vida fué Gary Grant, aunque una de sus calabazas más sonadas fue la que le dio Jane Russel (la morena de “los Caballeros las prefieren rubias”, de cuyos pechos estaba fascinado).
Aunque fué más conocido por sus películas y por sus historias para no dormir con las féminas, a él lo que verdaderamente le fascinaba era la aviación, a pesar de sufrir varios accidentes que le llevaron al borde de la muerte.
Leyendo sobre la fascinante vida de Howard Hughes, me topé el otro día con un reportaje de la revista de El País semanal de hará un par de años el cual hablaba de la relación sentimental que vivieron Katherine Hepburn y el productor de cine, y recreaba parte de la entrevista que la actriz otorgó a la escritora Charlotte Chandler bastantes años atrás y en la cual manifestó que Hughes había sido el mejor amante de su vida.
Corto y pego parte del reportaje:
"Desde pequeña nadaba casi cada día en el océano, fuese invierno o verano, hábito que mantuvo hasta pasados los 80 años. «Cuanto más amarga la medicina, mejor», decía. Una mañana de 1935 se presentó en el exclusivo club de golf de Bel Air y pidió un rival que estuviese a su altura. Nada de chicas, un hombre. Era muy competitiva. Minutos más tarde estaba jugando contra un profesional cuando oyó el estruendo del motor de una avioneta que volaba a ras de suelo. «Creí que iba a aterrizar sobre nuestras cabezas, pero nos sobrepasó y se posó en el green, justo delante de nosotros», recuerda. El piloto esquivó un par de búnkeres, evitó el lago y consiguió frenar sobre la hierba exquisitamente rasurada. «Hizo uno de sus típicos aterrizajes en un palmo de terreno, a los que pronto me acostumbraría. Enseguida supe quién era: Howard Hughes. No podía ser otro.» El multimillonario productor de cine y consumado aviador bajó de un salto. Llevaba una bolsa con sus palos de golf al hombro y se unió a la partida. «Los socios del club estaban furiosos. Pero él les dijo que pagaría la cuenta por el arreglo de los desperfectos. Howard pensaba que podía comprar cualquier cosa."
"Aquel vuelo acrobático tenía un objetivo: impresionar a la actriz. Estaba encaprichado de aquella altiva pelirroja desde hace un año. El alarde dio resultado. La invitó a cenar y empezaron a salir. A Hepburn le pareció guapísimo con su cazadora de cuero y sus gafas de piloto. «Fue el mejor amante de mi vida», resumió. La actriz tuvo muchos romances en Hollywood (Cary Grant, Douglas Fairbanks, James Stewart, George Cukor, Lawrence Olivier...), pero la intensidad física de aquella relación, ese gusto por la vida tan sincero, permaneció en secreto. En aquella época, Hepburn no concedía entrevistas, ni siquiera firmaba autógrafos. Tenía una lengua vitriólica y podía ser cortante. «Tengo cinco hijos: dos blancos y tres negros», le espetó a un reportero que osó preguntarle por su vida personal. Por su parte, Hughes estaba medio sordo. Era muy callado. Y ya tenía manías de lunático."
"Por eso, hasta hoy, es la relación, bastante más tardía, de Hepburn con el actor Spencer Tracy la que se recuerda. La química funcionaba en la pantalla. Pero en la vida real no tuvo nada de glamour. Un amor sórdido entre un machista redomado y una pionera del feminismo que se dejaba avasallar. Tracy, casado, alcohólico y enfermo, no quiso dejar a su mujer. Se veían a escondidas. Hepburn fue siempre la segunda; más una enfermera que una amante. «Spencer nunca me dijo que me quería», se lamentaba. Ni siquiera pudo asistir a su funeral y le lloró en casa para no incomodar a la viuda. Con Hughes fue todo lo contrario. Gozo en estado puro. Plenitud física. Sexo sin culpa. Y lo más importante: Hepburn era ella misma; un espíritu libre. Con Tracy fue una sombra. La encarnación de sus propios demonios interiores."
"Howard era una persona muy orientada hacia el sexo. Yo no me sentía cohibida porque él no lo estaba en absoluto», se sinceró. Estuvieron juntos durante dos años. «Howard y yo compartíamos algunos rasgos de carácter que nos hacían muy compatibles. Nos educamos en casa. Estábamos tan mimados que ni siquiera nos dábamos cuenta. Y éramos dos solitarios. Íbamos por libre y hacíamos lo que nos convenía a cada uno."
"Los dos se habían casado jóvenes y se habían divorciado. «Desde el principio, nuestra relación estuvo cargada de electricidad sexual. Howard era el hombre más tímido con el que estuve nunca. Pero luego se desató, nos desató la pasión. No teníamos inhibiciones. Y nos sobraban salud y energía. Aprendí más sobre mí misma que sobre Howard. Fue algo misterioso, sorprendente. Teníamos la edad perfecta para la pasión: 30 años. A Howard no le gustaban las mujeres frágiles. Y yo era casi una atleta. Además, me habían educado para sentirme cómoda con la desnudez propia y ajena.» De hecho, su ex marido, el empresario Ludlow Ogden Smith, le pidió durante el noviazgo hacerle unas fotos semidesnuda. «¿Por qué hacer las cosas a medias?», lo desafió Hepburn, cuyo expediente académico en el prestigioso Bryn Mawr College estaba salpicado de faltas disciplinarias por fumar, saltarse el toque de queda y bañarse en cueros en una fuente. «Posé sin ropa y los retratos me encantaron. Estaba orgullosa de mi cuerpo.» El matrimonio con Ogden Smith duró seis años. «Fui un desastre como esposa. Ni siquiera lo intenté en serio. Fui egoísta y siempre antepuse mi carrera», reconoció Hepburn. Se divorciaron dos veces. La primera en México, pero no estaban seguros de la legalidad del trámite y, por si acaso, volvieron a divorciarse en Estados Unidos. «No tengo quejas de él. Estaba muy agradecido porque le di mi virginidad. Como amante, era considerado y gentil. Acostarse con él era agradable, aunque me pareció que la gente valoraba demasiado el sexo. Siempre fui una sabelotodo... Con Howard me di cuenta de que era posible algo más. Mi madre, que me había educado para ser una mujer antes que una esposa, no me había contado eso. Algunas cosas tienes que aprenderlas por ti misma. Sin inhibiciones. Sin sentirte avergonzada o preguntarte qué pensará tu pareja sobre ti después de hacerlas."
"Cuando no estaba con él, no sé si me era fiel. No estábamos comprometidos. No habíamos hablado del futuro, aunque él me pidió matrimonio varias veces. Nunca dije que sí. Nunca dije que no.» Hughes siguió pidiéndole a Kate que se casaran. «Era muy serio y muy intenso. Y escogía momentos románticos, pero nunca me lo preguntó cuando estábamos en la cama. Me dijo: ‘Kate, nunca te fíes de un hombre que te pide matrimonio cuando quiere acostarse contigo. Dirá lo que sea y se olvidará con la misma facilidad’. Agradecí su consejo, pero no me hacía falta. No estaba buscando un marido, ni siquiera a Howard."
"La historia de amor acabó en 1938, después de que un huracán arrasase Connecticut y una riada destruyese la casa familiar de los Hepburn. Kate, que estaba de visita, escapó con su madre, descolgándose con una cuerda por una ventana. La casa fue arrastrada por las aguas. Al día siguiente llegó el avión de Hughes, cargado de agua embotellada. Un gesto engañosamente generoso… «Supongo que se cansó de oírme decir ''no" cada vez que me pedía casarse conmigo. Lo supe a ciencia cierta después del huracán. Cuando su avión aterrizó y otra persona salió de él. Pensé que iba a ser Howard, pero no. Había mandado a otro piloto a traernos el agua. Cuando pienso en ello, es como si esas botellas llevasen un mensaje dentro. Y el mensaje era que lo nuestro había terminado."
ver artículo completo: