jueves, 21 de noviembre de 2013

LA PRIMERA MUJER: LILITH.

(Lilith- Robert Rossen-1964)


Cuenta la leyenda que antes de que Dios creara a Eva, Lilith había sido pareja de Adán, nacida del polvo al igual que él. La rebeldía e independencia de Lilith que no se dejó nunca someter ante la fuerza de Adán hicieron que ésta huyera del Edén y le abandonara, uniéndose con Samael y otros demonios en las aguas del mar Rojo. Adán, colérico, suplicó a Dios la creación de una nueva hembra que fuera su compañera. Dios creó así a Eva a partir de una de sus costillas, dando lugar a la mujer sumisa a las apetencias del hombre. Se dice que Lilith, convertida en demonio, desde entonces, se une a los hombres por la noche, mientras éstos duermen, engendra hijos con el semen que los hombres derraman en sueños y rapta niños de sus cunas.

Lilith representada por John Collier.

La indudable fuerza narrativa de Robert Rossen (El Buscavidas-1961) ilustra en la que fue su última película, la leyenda bíblica de Lilith encarnada en la apariencia dulce y aniñada de una inmensa Jean Seberg en uno de los papeles más relevantes de su irregular filmografía. En la película de Rossen el "demonio" Lilith es una joven y bella muchacha esquizofrénica que lleva a la perdición a todos los hombres que osan conocerla. Es la historia de Vincent Bruce (un Warren Beauty muy guapo y comedido) un veterano de guerra que decide trabajar como terapeuta ocupacional en el psiquiátrico donde está ingresada Lilith, para huir de los demonios de la guerra y del tormentoso recuerdo de su madre demente. El joven Vincent, no podrá evitar enamorarse de la hechicera Lilith y hará todo lo posible para seguir llevando su pasión a escondidas y proteger a la joven ante los directivos del psiquiátrico, ocultando sus mentiras y sus inquietantes acciones.



La película es narrada en un tono pausado y comedido, muy típico del cine de Rossen y en general, del buen cine americano de la época. que nos ofrece un conocimiento paulativo del alma de los dos amantes. La fotografía en blanco y negro en tonos claros, con mucha luz, concede una visión onírica de la narración, como irreal, imaginaria. Rossen utiliza también elementos simbólicos para enlazar la Lilith legendaria con su Lilith protagonista: La metáfora de la tela de araña irregular y cautivadora con la que el psiquiatra trata de explicar los entresijos de la mente esquizofrénica (ejemplificada desde el principio con la imagen de la mariposa atrapada en una tela de araña de los títulos de crédito iniciales) la fascinación enfermiza de Lilith por el agua, manisfestada en gran parte de las escenas más representativas de la película y la pasión de Vincent y Lilith, desbocada en parajes silvestres, cerca del agua y de la naturaleza.



El erotismo es otra de las armas de la película, muy sutil pero presente de principio a fin, la sensualidad envuelve el metraje en todo momento: las escenas de amor de los protagonistas, intercaladas con las imágenes de las aguas turbulentas del río, las miradas lascivas de Lilith, su inquietante comportamiento con los niños, su clara bisexualidad,  escenifica de forma tenue pero tajante la arrolladora sexualidad de la Lilith mitológica reencarnada en la esquizofrénica Seberg.



Y aunque desde el punto de vista de la psiquiatría las explicaciones médicas detalladas en la cinta quedan desfasadas hoy día, su fuerza visual e interpretativa consiguen que tal aspecto se vea empequeñecido y no reste ni un ápice de esplendor a la totalidad de la obra. No sólo los protagonistas están a la altura, los secundarios también aportan mucha luminosidad: el joven enfermo intelectual enamorado de Lilith interpretado por Peter Fonda, la directora del centro, en el fantástico rostro de Kim Hunter (Un tranvía llamado deseo), el pequeño papel de un nobel Gene Hackman que debutó en esta cinta, constituyen todos ellos elementos enriquecedores de una película que no goza actualmente del reconocimiento que indudablemente se merece. Un inquietante clásico a descubrir, que recuerda en su forma a obras de la altura de El Coleccionista de William Wyler y en su simbología a la pertubardora La noche del Cazador  de Charles Laughton.

"El amor es destructivo"

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